Parada 5: Castillo de Santa Catalina
A. Parador

Ocupa el lugar donde se encontraba el Alcázar Viejo. Fue construido en los años 50, integrándolo en la Red Nacional de Paradores, con estética de castillejo medieval. En sus instalaciones se hospedó Charles de Gaulle, escribiendo sus memorias en la habitación de este hotel.

B. Castillo de Santa Catalina

El Castillo de Santa Catalina se alza sobre uno de los parajes más espectaculares de la provincia de Jaén, el Cerro de Santa Catalina, desde el cual se puede divisar prácticamente todo el territorio provincial: al norte y al oeste la campiña y Sierra Morena, un territorio fértil surcado por el valle del río Guadalquivir, un lugar repleto de olivos; al sur se extiende la Sierra Sur de Jaén y los parques periurbanos Santa Catalina y Monte la Sierra; y al este Sierra Mágina, un territorio vinculado durante siglos a la frontera del Reino de Granada.

Dominando el cerro, el Castillo tiene un increíble recinto amurallado defendido por seis torres. A través de su visita se puede conocer la historia de la ciudad de Jaén, desde sus orígenes hasta la actualidad, y su vinculación con el territorio.

Los primeros pobladores del cerro de Santa Catalina fueron los íberos (allá por el siglo IV a.C.) que construyeron en la falda del castillo un oppidum (poblado amurallado) del cual aún se conservan restos arqueológicos. Romanos y después árabes, reaprovecharon parte de estas antiguas estructuras para realizar sus fortificaciones.

La primera fortificación propiamente dicha que se construye en el cerro tras la etapa ibérica la llevarán a cabo los musulmanes durante los siglos VIII y IX, período en el que se construirá una alcazaba a media ladera. Esta alcazaba con funciones administrativas y defensivas fue sustituida con la construcción de un gran alcázar defensivo en la cumbre del cerro a partir del siglo X.

Tras la conquista de la ciudad por parte de los cristianos se repararán las murallas islámicas, iniciando Fernando III la construcción de una nueva fortaleza sobre la parte más alta del antiguo alcázar musulmán. Esta fortaleza, más pequeña pero defensivamente mas potente, será conocida por los cristianos como Alcázar Nuevo. Las obras de esta nueva fortificación se iniciarán a mediados del siglo XIII continuándose su construcción durante los reinados de Alfonso X y Fernando IV. Así, durante toda la etapa medieval cristiana coexistirán en la cumbre del cerro tres fortificaciones: El Alcázar Nuevo, el conocido como Alcázar Viejo (con los restos de la antigua fortificación islámica) y un reducto amurallado también de época musulmana conocido como castillo de Abrehuí. Durante el siglo XV el Alcázar Nuevo o Castillo de Santa Catalina, se convertirá durante breves períodos de tiempo en residencia oficial del Condestable de Castilla Miguel Lucas de Iranzo y su familia.

Durante esta etapa se producen los cambios más profundos que ha sufrido la fortaleza a lo largo de su historia. Estos, concretamente, se produjeron en el período comprendido entre enero de 1810 y septiembre de 1812 cuando el ejército napoleónico convierte la fortaleza de Jaén en la mayor y más importante base del ejército francés del Alto Guadalquivir. Para ello se acometieron multitud de obras de acondicionamiento con nuevos edificios, y alterando en muchos casos las estructuras anteriores. Al retirarse las tropas francesas de Jaén volaron gran parte de las construcciones, dejando seriamente dañadas algunas partes de la fortaleza.

C. Mirador de la Cruz

Se trata de un interesante mirador con una cruz desde el que se puede contemplar toda la ciudad de Jaén y sus alrededores. Se accede a él a través de un camino empedrado que se origina en el Castillo de Santa Catalina.

Nos cuenta esta leyenda, que es una verdadera tradición de la cultura jiennense como ahora veremos, que cuando el rey Fernando III El Santo entró a Jaén, tras su conquista a los musulmanes, subió al Castillo árabe con sus tropas y llegó hasta el último extremo del cerro de Santa Catalina, que así llamó como consecuencia de una aparición de la Santa en sueños (ver leyenda de Santa Catalina). Llegado a ese punto del monte, único lugar de la cima del cerro desde donde todavía hoy se puede contemplar la majestuosa Catedral, antes espacio que ocupó una mezquita, uno de los capitanes de sus tropas hincó, como signo de triunfo, su espada en el suelo del lugar, quedando esta con la punta clavada en el suelo y el travesaño de tal modo que, a primera vista, pudiera parecer una cruz cristiana. Gustó esto al rey Santo y decidió, que a partir de aquel momento (primavera de 1.246), hubiera siempre una gran cruz en aquel lugar que recordase la conquista cristiana y que, además, pregonara a los cuatro vientos el dominio castellano de la antigua medina.

A partir de entonces la leyenda se convierte en verdadera tradición, quizá por tener visos de ser un hecho histórico y verdadero, y las religiosas del Real Monasterio de Santa Clara (que fundó el mismo rey según otra tradición), serían las encargadas de costear una cruz que siempre debía permanecer allí. Los proverbiales vientos de Jaén dieron al traste con muchas cruces de madera y de hierro, que quedaban inservibles cuando caían, obligando a crearlas nuevas. Pasado el tiempo las religiosas abandonaron esta encomienda y el Obispo de la diócesis de Jaén le encomendó el privilegio del mantenimiento de la Cruz del Castillo, que así la llamaban ya todos, a la familia giennense de los Balguerías, los cuales, sobre 1.950, y concretamente Eduardo Balguerías, colocaría la actual Cruz de hormigón armado que, más de medio siglo después, ni el tiempo ni el viento han podido derribar.

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